Llegasteis cansados, lo recuerdo muy bien. Se os veía felices, pero agotados de todo el trabajo. Habían sido meses de hacer, de pensar y, sobre todo, de soñar. Poco importaban ya detalles menores, aspectos pueriles de lo que uno quería o dejaba de querer. La mesa se abría grande y jubilosa a tantos que casi parecía de normalidad aplastante, de cotidiana alegría compartida. Cansados, sí, pero gozosos.
Cuando os quisisteis dar
cuenta, la mañana llegaba con sombras de expectación, luces de siempre con
brillos extraordinarios. El ritual empezaba mucho antes de llegar a la iglesia,
y yo ya estaba allí. Os miraba dichoso, os contemplaba en silencio,
interiormente sentía que no era extraño. Y en vosotros veía lo que de bueno
tienen las personas, lo que alumbra el corazón de todas las gentes y lo que
hace que la vida se llene de sentido. Ilusión, perplejidad, serena alegría y un
poco de locura. También vértigo e ímpetu, brío de vida, de abrir puertas y
tejer esperanzas. Todo eso estaba ya en la mañana luminosa de aquel sábado.
Me colé entre la gente que
iba apareciendo… ¡eran tantos! Yo también me había puesto el traje de fiesta,
así pasé desapercibido. Viejas caras, antiguos lazos que volvían a la vigencia
primera. Os miré despacio, primero a ti, luego a ti, y supe que vuestros ojos
me daban razones de cada persona. Todos estaban invitados porque eran
importantes, así se lo hicisteis saber. Y sé que ellos sintieron la pequeña
chispa de lo especial, de ser llamados por su nombre, mucho tiempo antes.
Por fin entrasteis. Sin
protocolos, sin liturgias vacías, solo lo que para vosotros tenía sentido y
simbolizaba vuestros pasos: las imágenes colgadas, una decoración especial
traída de lejos, compartida con otros y que lucía los desgastes del uso.
Exposiciones de fotos que recorrieron institutos y facultades para comunicar
vuestra experiencia en el Perú, aquel día había sustituido al via crucis de la
Parroquia de Guadalupe. El día anterior habíais recurrido a los amigos cercanos
para formar el mejor coro que nunca se pudo tener, para llenar de puestos extra
la iglesia y que nadie quedara de pie. Nadie, excepto yo, que prefería sonreir
desde lejos, observaros en vuestra salsa, con la familia extensa y próxima de
la que os sentís orgullosos. Os miré con ternura cuando subisteis al altar para
abrir vuestro corazón (ya era solo uno) y cuando escuchabais en silencio,
atentos, cada ladrillo que alguien puso en la casa de cartón.
Sí, incluso en vuestra
foto, la que preside vuestra habitación, la que quisisteis que fuera la foto de
boda, aérea, personal hasta el extremo, incluyente, ahí también estaba yo. Si
os fijáis bien, me encontraréis. Recorred las caras, los rostros, las
historias. Mirad en el centro, en la alegría que os rodea, en el convencimiento
profundo, que nace de lo hondo, de que queríais celebrar el amor, hacer de lo
ordinario lo excepcional, porque lo merece. Ahí estuve, y ahí me encontráis.
Mirad despacio.
Hoy os tengo presentes. Es
un día como otro cualquiera, un jueves lleno de jaleo. Pero desde aquel sábado
precioso, nada ha cambiado. O mejor, todo cambia. Cambia y se llena de sentido.
Cambia y amanece a cada rato, hermoso el rojo, con la esperanza de los niños. Y
si no, que se lo digan a Pablo. Él ha llegado como le ha dado la gana, pero hoy
os miráis, os encontráis y sabéis que todo está por hacer. Que lo único que
habéis cerrado en estos cuatro años ha sido descubrir lo increíble cada día.
Sigo descubriendo en
vosotros la razón última de la vida humana: el cariño, la opción, el afecto, la
entrega, el servicio… Vosotros hacéis que sea grande mi dicha, que mi nombre
sea Amor y que, por encima de todo, el tiempo sedimente y atesore una riqueza
que no se corrompe. Lo sé por vosotros, y por tantos como vosotros.
Hoy os tengo presentes,
porque hoy también estoy con vosotros. Felicidades.
MUCHAS FELICIDADES.
ResponderEliminarCreo que yo también anduve por allí (o por lo menos así lo viví desde el encuentro de Consejos Diocesanos de AC que es donde estaba de cuerpo presente) La ilusión que me transmitías unos días antes en una llamada, la Alegría del día que me llegó por difentes fuentes días después me hace también sumarme a la fiesta, a la de todos los días, y agradecerte tanto tesoro en tantos pequeños gestos y momentos.
Gracias por estar siempre ahí, por estar siempre cerca
Gracias amigo por tus palabras. Espero que todo vaya bien y que tu papel de Daddy siga creciendo en ilusión y ganas de compartirlo todo.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte para los tres.