Hace
poco he tenido la ocasión de participar en una mesa redonda que organizaba la
universidad con el objetivo de animar a los estudiantes de último año a
iniciarse en la investigación. Me llamaron como ejemplo de alguien que vive de
esto, o lo intenta, en el seno de un grupo formado de investigación
universitaria.
Días
antes del evento, yo pensaba en cómo orientar el mensaje que quería transmitir.
El ordenador, en blanco inmaculado, me devolvía mi inquietud a modo de
pregunta. ¿Por qué soy científico?
Esta
misma cuestión se la pregunta Alberto Sicilia en su blog y la contesta con una
aseveración que a mí me parece lúcida y atrevida: “Yo soy científico porque
creo que la ciencia es una de las mayores aventuras en las que se ha embarcado
la humanidad”. La ciencia como aventura, como pasión por conocer, por explicar…
La ciencia como llave para entender el mundo y la realidad. Ciertamente, esta
seducción está en el inicio de las vocaciones científicas, y parte de ella me
alimenta en el día a día.
La
ciencia es el desafío constante de ir más allá en lo que conocemos (la pregunta
kantiana del qué puedo conocer). Pero yo, a estas alturas de la película,
cuando me pregunto por mi vocación de hacer ciencia y tecnología, lo que me
respondo en silencio tiene que ver con Gabriel Celaya, quien por cierto era ingeniero. La ciencia es un arma
cargada de futuro.
Yo soy científico porque he encontrado un
modo de hacer ciencia que me encanta, es más, me enamora. Tiene lo de aventura
y pasión, pero sobre todo tiene el sueño de hacer un mundo más equitativo y
mejor para todos. Tiene la inquietud de aprender cosas nuevas, de ser fiel al
rigor del método, de encontrar verdades en el mundo de la química y de la
ingeniería. Pero también tiene el sabor del compromiso con la justicia, saber
que se pone al servicio de todos, especialmente de los que lo pasan mal. Porque
hay saberes y sabores.
Cuando hablaba a los estudiantes que se
acercaban por vez primera a la investigación, me di cuenta de que no podía
animarlos a empezar en esto por ser una posible salida profesional. Si lo vais
a hacer por dinero, por estatus o porque no tenéis otra opción, pensadlo muy
bien, les advertía. Porque la carrera del investigador ni es fácil ni es
especialmente agradecida. Son horas de laboratorio, horas de escritura, horas
de pensar y muchas, muchas horas de trabajo. No lo hagáis por el dinero.
Mi
única verdad en esto es que solo puedo animar a investigar porque se descubra
que descubrir engancha, llena, seduce, plenifica. Y da sentido al trabajo el
saber que desarrollar ciencia y tecnología puede ser una labor preciosa, quizá una de las mejores formas que tengamos de trabajar por un mundo mejor
Mi
única verdad en esto es que dedicarse a la ciencia merece la pena porque existe
una vocación que no deja de llamar. Y sé que hay que compartir razones, camino,
motivos. Sé que hay que compartir ganas, inquietud, dudas y sorpresas. También
las certezas y perplejidades, que hay gente cercana que sabe de todo esto. De
vivir y hacer vivir un modo distinto, fecundo, de hacer ciencia.
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