Septiembre vino cuajado de
esperanzas en lo que vuelve a empezar. Recuerdo con cariño los primeros días de
actividad escolar repletos de cosas por hacer. Los libros eran nuevos, porque
soy el hermano mayor, recién forrados, sin tachadura ni borrón, tan solo con mi nombre membreteado por mi madre en la primera página (lo único a boli que
contenía el texto). Algunos años estrenaba estuche, o cartera, o lápices y
gomas. Y todos los cursos, septiembre era el mes de los rencuentros y saludos,
volver sabiendo que los meses de estío eran pocos para diluir amistades
infantiles, pero eternos en ese correr del tiempo, lento y denso, que perciben
los niños.
Hoy septiembre también es un mes
de vuelta al cole, a la universidad. Bien es cierto que este trabajo pocas
veces te da la tregua de la total desconexión, no pasan los agostos sin
trabajar al menos un poco, sin ultimar cosillas o rematar los flecos del curso
anterior. Pero volver al laboratorio, al despacho, a las aulas, implica de
alguna manera volver a pensar lo que hago y volver a situarme en medio del
campus. Mirarme a fondo, al tiempo que planifico las clases o la investigación;
medirme y pesarme en mi vocación de científico y de docente, y contemplar en el
interior esa llamada que surge cada vez que me pongo a tiro: regresar a la
fuente, sentir que lo que hago es lo que quiero, y de la manera en que le da
sentido. Pienso en las palabras del Apocalipsis: volver al amor primero.
Mi amor primero por la
universidad sabe de gentes. Sabe de cuidar al que llega, de despedir al que
marcha. Sabe de integrar al alejado y de atraer al que ronda, sin atreverse a golpear
la puerta. Sabe de construir espacios de cuidado y ternura para todos, de
gestar confianza y articular alianzas. Sabe de intentar lo posible, cuando
todos dicen que es imposible. Sabe de vivir con otros lo comunitario del
servicio, y de pensar en los otros que son más otros: los alumnos.
Mi amor primero por la ciencia me
hace creer que es un poderoso instrumento de cambio y de justicia, que se puede
situar del lado de los débiles y resolver conflictos y problemas que hacen
sufrir a las personas. Me hace soñar con modos distintos de enfrentar los
desafíos del agua, esos que aparecen cuando ella desaparece para los hombres y
mujeres del mundo. Me lleva a caminar por los senderos de la colaboración, del
equipo y del compartir para ser mejores.
Por todo ello, hoy tengo la
mirada puesta en lo que traíamos entre manos el curso pasado, en la innovación
docente, en la cooperación para el desarrollo, en la ética del profesor y en la
deontología. Tengo la mirada puesta en los proyectos fin de carrera que
dirigiré este curso, con alumnos de Ingeniería Química que se acercan por
primera vez a la investigación universitaria. Miro con ilusión el trabajo en
las asignaturas en las que intentaré desarrollar no solo esas destrezas
profesionales, sino también las ciudadanas, que son profundamente
universitarias.
Siento que todavía, un año más,
la sorpresa y la perplejidad acampan entre las aulas, y hoy todo vuelve a
empezar.
Feliz curso 2012/13
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