En casa no creemos en los roles de género. Encasillar a las
personas en esos estrechos corsés culturales no hace más que mellar la
autoestima de las gentes, desconcertar desde niños y, sin duda, apuntalar
prejuicios que han causado tanto mal en la historia. No, en casa no creemos en
los roles de género. Por eso, la cocina no es territorio exclusivo de Angelines, mi cara mitad, y mi pasta con tomate no envida en nada a su carrillada en salsa de Oporto... Por eso, el coche que ella compró es tarea suya alguna vez. Y por eso también, ahora que lo conduzco con más frecuencia,
echo en falta la radio que hace tanto tiempo me dijo que arreglaría. Total, que
no creemos en los roles de género, pero nuestra falta de fe arrastra un
silencio en carretera que se agradece, se sufre o se teme a partes iguales. O
no tan iguales. Y todo por la igualdad.
Como ahora no tengo radio, en el coche muchas veces me
amenizo con música propia. Si el camino es largo, incluso canto en la intimidad
de la autovía, donde el zumbido del motor me hace los coros y donde el público
pasa rápido por la ventanilla. Eso en las horas pesadas de los viajes, en los
trayectos cortos, como los diarios, no me da tiempo a entonar como Dios manda.
Entonces silbo.
Ya sabéis que me encanta la palabra. La escrita, la dicha, la pensada o la
sugerida. Me fascina la forma que toman las ideas cuando se verbalizan y cuando
se comparten, y creo que la palabra, como expresión de pensamiento, es el
vehículo para la generación de ideas, cultura y progreso. Sin embargo, y sin menoscabo de la fuerza del verbo, a veces
me sorprendo recreándome en canciones conocidas, estribillos sencillos que
tarareo o silbo y que me evocan la reflexión, me sosiegan y me invitan solo a
deleitarme y gozar de lo que pasa. Como hoy, a la salida de la universidad, que
salí silbando, en una celebración callada y personal de cosas que les pasan a mis amigos.
Hoy celebré en el coche, todo el camino, sin pensar
demasiado con la cabeza y dándole vueltas en el corazón y en las tripas (la
alegría a veces se te agarra a las vísceras) la esperanza que nace en las
personas que no se rinden, los buscadores que creen que se pueden encontrar
compañeros que construyan proyecto juntos. Esos que se hacen protagonistas y
actores de su existencia para aceptar el reto propio de la vida, el que
tiene que ver con la plenitud en el amor, con compartir camino abierto a otros
y con no perderse nada.
Celebro en el silbo recurrente aquellas historias de ilusión que arrancan cada día para demostrar que el que busca encuentra, y al que llama se le abre. Me socava la certeza de compartir el entusiasmo de tantos buscadores de perlas que encuentran tesoros en campos nuevos, y hoy se afanan por venderlo todo y no dejar escapar la riqueza que han descubierto.
Celebro en el silbo recurrente aquellas historias de ilusión que arrancan cada día para demostrar que el que busca encuentra, y al que llama se le abre. Me socava la certeza de compartir el entusiasmo de tantos buscadores de perlas que encuentran tesoros en campos nuevos, y hoy se afanan por venderlo todo y no dejar escapar la riqueza que han descubierto.
Hoy estoy feliz por aquellos que van desbrozando
decididamente senderos que antes estaban ocultos en malezas antiguas. Estoy
feliz porque me siento acompañado y me siento acompañar en esa tarea ardua que
es hacerse cargo de uno mismo, puliendo aristas, abriendo caminos. Hoy siento
la luz de la felicidad próxima, que se hace internamente propia. Una luz que
brota, no me cabe duda, para encender otras hogueras de malezas que todavía hay
que arrancar.
Vine a casa silbando perplejo, porque cada día tengo más
motivos para la esperanza. Porque las personas que me rodean son signos vivos
de ello. Y como de palabra va esta entrada bien servida, dejadme que comparta
con vosotros la canción que revoloteaba, persistente, ilusionante, dentro de mi
Seat Ibiza.
Yo silbo y canto ... y es que no puedo hacer otra cosa.. porque hablar...bueno también¡¡¡¡
ResponderEliminarY también escribes cosillas, ¿no? !Un abrazo!
ResponderEliminar