

Nuestro sitio en el mundo, el lugar de España, no solo viene determinado por sillas ocupadas en los foros del G20, sino sobre todo por la respuesta responsable a las políticas mundiales que llevamos a cabo. En este sentido, el recorte brutal que ha sufrido la cooperación española evidencia una más que notable falta de responsabilidad con las realidades de desarrollo, porque será el final de multitud de programas y proyectos que, hoy por hoy, hacen la vida vivible a miles de personas del Sur. Acabar con este modo de relación simplemente nos hace indignos de nuestra relevancia internacional.
Las cínicas declaraciones del ministro Margallo profundizan más si cabe en esta grotesca campaña y responden a la vieja táctica de presentar como no deseadas las medidas que se toman. En efecto, quizá sea peor recortar en pensiones; yo preferiría recortar en gasto militar (un ministerio que solo ha sufrido un 8% de reducción presupuestaria, frente al 21% de educación o el 13% de sanidad).
La participación de España en los programas de desarrollo internacional no es caridad ni beneficiencia ni filantropía. Es la respuesta del Gobierno a una voluntad compartida de toda la sociedad española, la de cooperar para reducir la brecha entre los que tienen y los que no. Una voluntad que se basa en el sentido de justicia y que no puede dejar de lado la historia de los pueblos. Los españoles apoyan la cooperación para el desarrollo porque es de sentido común y es nuestra responsabilidad en un mundo global. Hoy vuelvo a sentir la profunda desunión entre los que mandan y los que observamos y sufrimos sus políticas. Y vuelvo a hacer mío el grito del 15M, porque estas medidas no me representan.
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