domingo, 9 de diciembre de 2012

Sentido y sensibilidad

El campo está ahora precioso. Salgo por las mañanas, hacia la Universidad, y recorro los escasos veinte kilómetros que me separan de Badajoz con el runrún del coche, contemplando los miles de verdes que tapizan la dehesa tras las primeras lluvias. Muchas veces me acompaña la bruma que las temperaturas bajas y las luces incipientes de la mañana hacen interesantes y románticas, silenciosas reptantes de las eras recién fecundadas. Y también, muchas veces, el paso rápido de los vehículos despierta el elegante vuelo de aguanieves y cigüeñas, que buscan entre las encinas y los campos roturados alimento y distracción. Esas aves superan las brumas y pintan en el cielo plomizo, teñido levemente de rojo amanecer, un blanco dinámico y bello.


El campo, decía, está ahora precioso. Mirarlo es abrazar el silencio pacífico de la vida que discurre plácida, quizá solo para ser mirada. Cada día es un espectáculo nuevo, aunque ya van cuatro los años que hace que Ange y yo decidimos vivir en San Rafael de Olivenza, y son bastantes las mañanas que he contemplado desde la ventanilla de mi Seat Ibiza, roto el horizonte de naranjas y amarillos. También son muchos los viajes a Cáceres, cuando trabajaba en la Facultad de Veterinaria, los que me permitieron disfrutar de cada ocre del camino, arcillas y barros de la campiña dispuesta a la siembra primero, luego lista para la siega, y en medio el verde cambiante del trigo y la cebada.

Precioso el campo, y el río donde he cogido agua durante los cinco años de tesis doctoral. El Guadiana, a su paso por Badajoz, en zonas de difícil acceso, es un espectáculo de garzas y cormoranes, de aves esbeltas que se dibujan en un paisaje invernal, las más de las veces, pero cálido por su hermosura.

Todas estas cosas son así siempre, cada día, cada hora, tienen su belleza escondida. Yo sé que en la gran mayoría de las ocasiones mis ojos están vueltos hacia lo que me sucede. Que solo soy capaz de mirar la ventanilla de mi coche y preocuparme de si la luna baja o sube bien, de si reposté o tendré que hacer parada técnica, de si la radio funciona o no. Tantas veces mi propio reflejo, el que se ve cuando no somos capaces de apagar la bombilla del copiloto, me ciega la vista tan enigmáticamente bella de lo que sucede fuera…

Pienso en lo que acontece en el interior de las personas, en ese “fuera” que siempre nos parece lejano e inaccesible. Los campos listos para la sementera, las encinas a punto de la poda que las rejuvenezca, los pájaros volando en escuadra blanca contra el azul…  Pienso en las luchas internas, en los procesos callados, en el crecimiento que no se comparte y en todo lo que muere dentro de la gente cuando nadie lo ve ni lo goza. Cada uno en su Ibiza particular, preocupado del chasis, las ventanas o las radios que nos atontan.

Las geografías humanas que desfilan en la calle, rostros con historia y con profundidad, surcados de tiempo y preñados de vida. Todos los procesos que asoman, como punta de iceberg, y que tantas veces somos incapaces de detectar. La belleza escondida de contemplar la liberación de las personas o el crecimiento del pequeño. Eso es lo bello, lo que Kant decía que place sin concepto.  Por eso surgen los momentos de exquisita ternura, desde los ojos del que mira: la charla sosegada con el amigo, el encuentro casual y el trato familiar, aun con desconocidos; los instantes que, aun repetidos cada día, engendran vida en abundancia....

Y hoy doy gracias porque, en el camino de siempre, creo que fui capaz de apagar la radio y la bombilla. De observar y de mirar más que de ver, de dejarme afectar por la belleza de la dehesa y de las encinas, de las grullas y de las brumas. También porque supe disfrutar, en el silencio del pueblo, en la luz de la noche (que ilumina más que alumbra) del sueño de mi hijo, en la mecedora. Y de alguna manera, me invade una felicidad serena por haberme puesto a tiro de lo que sucede fuera de mi coche. Y el deseo de que esa mirada me acompañe siempre.

2 comentarios:

  1. `Y seguiremos agarrados al silencio que se abre a la luz para que la mirada llegue al fondo, a lo verdadero y a lo auténtico, que como siempre es sorprendente e inasible, a la vez que dádiva generosa en lo sencillo y en lo diario. Para poder seguir comulgando con el absoluto que se derrama, sin perderse, en lo inmanente, en el ser de la cosas que religadas dicen más allá de ellas mimas, su propio fundamento, como nos decía Zubiri.

    ResponderEliminar