
Como ahora no tengo radio, en el coche muchas veces me
amenizo con música propia. Si el camino es largo, incluso canto en la intimidad
de la autovía, donde el zumbido del motor me hace los coros y donde el público
pasa rápido por la ventanilla. Eso en las horas pesadas de los viajes, en los
trayectos cortos, como los diarios, no me da tiempo a entonar como Dios manda.
Entonces silbo.
Ya sabéis que me encanta la palabra. La escrita, la dicha, la pensada o la
sugerida. Me fascina la forma que toman las ideas cuando se verbalizan y cuando
se comparten, y creo que la palabra, como expresión de pensamiento, es el
vehículo para la generación de ideas, cultura y progreso. Sin embargo, y sin menoscabo de la fuerza del verbo, a veces
me sorprendo recreándome en canciones conocidas, estribillos sencillos que
tarareo o silbo y que me evocan la reflexión, me sosiegan y me invitan solo a
deleitarme y gozar de lo que pasa. Como hoy, a la salida de la universidad, que
salí silbando, en una celebración callada y personal de cosas que les pasan a mis amigos.

Celebro en el silbo recurrente aquellas historias de ilusión que arrancan cada día para demostrar que el que busca encuentra, y al que llama se le abre. Me socava la certeza de compartir el entusiasmo de tantos buscadores de perlas que encuentran tesoros en campos nuevos, y hoy se afanan por venderlo todo y no dejar escapar la riqueza que han descubierto.
Hoy estoy feliz por aquellos que van desbrozando
decididamente senderos que antes estaban ocultos en malezas antiguas. Estoy
feliz porque me siento acompañado y me siento acompañar en esa tarea ardua que
es hacerse cargo de uno mismo, puliendo aristas, abriendo caminos. Hoy siento
la luz de la felicidad próxima, que se hace internamente propia. Una luz que
brota, no me cabe duda, para encender otras hogueras de malezas que todavía hay
que arrancar.
Vine a casa silbando perplejo, porque cada día tengo más
motivos para la esperanza. Porque las personas que me rodean son signos vivos
de ello. Y como de palabra va esta entrada bien servida, dejadme que comparta
con vosotros la canción que revoloteaba, persistente, ilusionante, dentro de mi
Seat Ibiza.
Yo silbo y canto ... y es que no puedo hacer otra cosa.. porque hablar...bueno también¡¡¡¡
ResponderEliminarY también escribes cosillas, ¿no? !Un abrazo!
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