domingo, 9 de septiembre de 2012

Silbando


En casa no creemos en los roles de género. Encasillar a las personas en esos estrechos corsés culturales no hace más que mellar la autoestima de las gentes, desconcertar desde niños y, sin duda, apuntalar prejuicios que han causado tanto mal en la historia. No, en casa no creemos en los roles de género. Por eso, la cocina no es territorio exclusivo de Angelines, mi cara mitad, y mi pasta con tomate no envida en nada a su carrillada en salsa de Oporto... Por eso, el coche que ella compró es tarea suya alguna vez. Y por eso también, ahora que lo conduzco con más frecuencia, echo en falta la radio que hace tanto tiempo me dijo que arreglaría. Total, que no creemos en los roles de género, pero nuestra falta de fe arrastra un silencio en carretera que se agradece, se sufre o se teme a partes iguales. O no tan iguales. Y todo por la igualdad.

Como ahora no tengo radio, en el coche muchas veces me amenizo con música propia. Si el camino es largo, incluso canto en la intimidad de la autovía, donde el zumbido del motor me hace los coros y donde el público pasa rápido por la ventanilla. Eso en las horas pesadas de los viajes, en los trayectos cortos, como los diarios, no me da tiempo a entonar como Dios manda. Entonces silbo.

Ya sabéis que me encanta la palabra. La escrita, la dicha, la pensada o la sugerida. Me fascina la forma que toman las ideas cuando se verbalizan y cuando se comparten, y creo que la palabra, como expresión de pensamiento, es el vehículo para la generación de ideas, cultura y progreso. Sin embargo, y sin menoscabo de la fuerza del verbo, a veces me sorprendo recreándome en canciones conocidas, estribillos sencillos que tarareo o silbo y que me evocan la reflexión, me sosiegan y me invitan solo a deleitarme y gozar de lo que pasa. Como hoy, a la salida de la universidad, que salí silbando, en una celebración callada y personal de cosas que les pasan a mis amigos.

Hoy celebré en el coche, todo el camino, sin pensar demasiado con la cabeza y dándole vueltas en el corazón y en las tripas (la alegría a veces se te agarra a las vísceras) la esperanza que nace en las personas que no se rinden, los buscadores que creen que se pueden encontrar compañeros que construyan proyecto juntos. Esos que se hacen protagonistas y actores de su existencia para aceptar el reto propio de la vida, el que tiene que ver con la plenitud en el amor, con compartir camino abierto a otros y con no perderse nada.

Celebro en el silbo recurrente aquellas historias de ilusión que arrancan cada día para demostrar que el que busca encuentra, y al que llama se le abre. Me socava la certeza de compartir el entusiasmo de tantos buscadores de perlas que encuentran tesoros en campos nuevos, y hoy se afanan por venderlo todo y no dejar escapar la riqueza que han descubierto.

Hoy estoy feliz por aquellos que van desbrozando decididamente senderos que antes estaban ocultos en malezas antiguas. Estoy feliz porque me siento acompañado y me siento acompañar en esa tarea ardua que es hacerse cargo de uno mismo, puliendo aristas, abriendo caminos. Hoy siento la luz de la felicidad próxima, que se hace internamente propia. Una luz que brota, no me cabe duda, para encender otras hogueras de malezas que todavía hay que arrancar.

Vine a casa silbando perplejo, porque cada día tengo más motivos para la esperanza. Porque las personas que me rodean son signos vivos de ello. Y como de palabra va esta entrada bien servida, dejadme que comparta con vosotros la canción que revoloteaba, persistente, ilusionante, dentro de mi Seat Ibiza.




Enhorabuena a todos aquellos que, sabiéndose en camino, paladean lo auténtico de cada paso y lo comparten conmigo. Quizá esta sea una de las formas más bellas de solidaridad.

2 comentarios:

  1. Yo silbo y canto ... y es que no puedo hacer otra cosa.. porque hablar...bueno también¡¡¡¡

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  2. Y también escribes cosillas, ¿no? !Un abrazo!

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