
Hoy septiembre también es un mes
de vuelta al cole, a la universidad. Bien es cierto que este trabajo pocas
veces te da la tregua de la total desconexión, no pasan los agostos sin
trabajar al menos un poco, sin ultimar cosillas o rematar los flecos del curso
anterior. Pero volver al laboratorio, al despacho, a las aulas, implica de
alguna manera volver a pensar lo que hago y volver a situarme en medio del
campus. Mirarme a fondo, al tiempo que planifico las clases o la investigación;
medirme y pesarme en mi vocación de científico y de docente, y contemplar en el
interior esa llamada que surge cada vez que me pongo a tiro: regresar a la
fuente, sentir que lo que hago es lo que quiero, y de la manera en que le da
sentido. Pienso en las palabras del Apocalipsis: volver al amor primero.
Mi amor primero por la
universidad sabe de gentes. Sabe de cuidar al que llega, de despedir al que
marcha. Sabe de integrar al alejado y de atraer al que ronda, sin atreverse a golpear
la puerta. Sabe de construir espacios de cuidado y ternura para todos, de
gestar confianza y articular alianzas. Sabe de intentar lo posible, cuando
todos dicen que es imposible. Sabe de vivir con otros lo comunitario del
servicio, y de pensar en los otros que son más otros: los alumnos.
Mi amor primero por la ciencia me
hace creer que es un poderoso instrumento de cambio y de justicia, que se puede
situar del lado de los débiles y resolver conflictos y problemas que hacen
sufrir a las personas. Me hace soñar con modos distintos de enfrentar los
desafíos del agua, esos que aparecen cuando ella desaparece para los hombres y
mujeres del mundo. Me lleva a caminar por los senderos de la colaboración, del
equipo y del compartir para ser mejores.

Siento que todavía, un año más,
la sorpresa y la perplejidad acampan entre las aulas, y hoy todo vuelve a
empezar.
Feliz curso 2012/13
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