La huelga de estudiantes convocada para estos días
ha inundado de pasquines la universidad. Uno de ellos se ha detenido en el
cristal de la puerta que atravieso cada día para entrar al laboratorio.
Estoy acostumbrado a ver sin mirar mil carteles cada día, los más anunciando pisos en alquiler, fiestas varias o clases particulares. Sin embargo, el edificio donde trabajo no acoge a muchos estudiantes ni profesores, es un lugar de prácticas que se usa tan solo en épocas concretas de curso. Ahora no.
Estoy acostumbrado a ver sin mirar mil carteles cada día, los más anunciando pisos en alquiler, fiestas varias o clases particulares. Sin embargo, el edificio donde trabajo no acoge a muchos estudiantes ni profesores, es un lugar de prácticas que se usa tan solo en épocas concretas de curso. Ahora no.
Me he quedado mirando el texto sugerente que
escribe, negro sobre blanco, algún alumno comprometido con la causa de la
rebeldía. Informa de la huelga y propone actividades paralelas, alternativas a
las clases, gestos de disconformidad, indignación y denuncia. Hacía mucho
tiempo que no veía este tipo de movimientos en la universidad extremeña, casi
tengo que mirar a la lejana intervención en Irak o al 11M para recordar
iniciativas de participación ciudadana con alcance tan amplio.
Adela Cortina, una profesora de la universidad
de Valencia, escribía en El País un artículo para mí paradigmático. Lo tituló,
con gran acierto, “Universidad Republicana”, y venía a decir, en términos
generales, que la sociedad necesita una universidad que reproduzca buenos
modelos de organización, buenos valores ciudadanos y buenos esquemas,
armónicos, de convivencia. Republicana en el sentido amplio, pudo decir
participativa, colectiva, justa o cooperativa. Ella optó por el republicanismo
cívico. Yo también.
El folio escrito que hoy colgaba del vidrio
de entrada rápidamente me ha hecho recordar esa Universidad Republicana, y he
visto el mensaje codificado a través de las múltiples consignas que hoy pugnan
por hacerse realidad, una vez las personas se atreven a soñarlas. Cuando en las
plazas se dialoga, se discute, se propone y se denuncia, se está poniendo en
marcha un modo de entender la política y la sociedad. Cuando los alumnos convocan
a la Asamblea y piensan y reflexionan sobre las relaciones entre la Universidad
y la Sociedad, sobre el efecto de los recortes en la calidad educativa y sobre
el papel de sí mismos en el proceso, hay algo nuevo en el ambiente.
Y me ilusiona pensar que, a pesar del
descrédito palmario que los medios de comunicación hacen de todo movimiento que
cuestiona lo establecido; a pesar de las mentiras y las manipulaciones para no
dejarnos acceder a la verdad; a pesar de lo extendido que está el no moverse
para salir en la foto, una mano joven fijó ese cartel en mi puerta y me llamó
la atención. Y me dijo mucho más de lo que está escrito: no estamos muertos, la
comodidad no nos ha matado.
Alguien debería recordarnos a todos que esta
crisis está sacando lo mejor de unos y lo peor de otros. Somos necios si no
distinguimos quién es quién.
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