Dicen los profetas liberales del ahora que
los tiempos del trabajo para toda la vida ya pasaron. Que ya no queda pensar en
esa estabilidad laboral de nuestros padres, sobre la que se construyó el estado
del bienestar. O más bien al revés, quién sabe. Lo cierto y verdad es que ya no
cabe pensar en encontrar empleo rápido y seguro, no se puede soñar con la
jubilación tras cuarenta años en la misma empresa, ni siquiera parece posible
renunciar a la movilidad geográfica. Las nuevas leyes del dios mercado quedan
escritas a fuego en el sentir de los jóvenes, y nadie discute que has de estar
preparado para lo que venga: formación indefinida, movilidad indefinida,
flexibilidad indefinida… ¡lo único que no es indefinido es el propio empleo!
Mi amigo Alejandro sabe de las malas rachas
en el trabajo. Ha pasado por una empresa familiar que, tras un periplo de más
de veinte años, ha zozobrado por culpa de impagos externos, víctima de la falta
de liquidez de administraciones y particulares. Ahora trabaja sin los agobios
de la gerencia, durmiendo mucho mejor y riendo más, a tiempo y a destiempo. Ha
optado por un trabajo a media jornada en una consultora ambiental.
Sonia, de la que ya hablé en otra entrada,
vive la cooperación para el desarrollo, la sensibilización y la educación con
fuerza pasional. Trabaja en la organización solidaria Entreculturas, que
apuesta por el desarrollo de los pueblos a través de propiciar la
escolarización de niños y niñas. Por eso hablan de escuelas que cambian el mundo. Ahora,
Sonia, como tantos otros trabajadores del tercer sector, ve con inquietud el
futuro de este campo, que se ha caído de los presupuestos con una reducción de
hasta el 70%. Y sufre, sobre todo, porque los que van a quedar fuera son los
miles de beneficiarios a los que Entreculturas, como tantas otras ONGDs, no va
a llegar.
Blanca también trabaja en el campo de la
solidaridad. Está contratada por la Coordinadora de Organizaciones No
Gubernamentales para el Desarrollo (CONGD) de Extremadura. Su contrato está
sometido a la renovación sistemática de proyectos que dependen del gobierno
autonómico. Así, hoy tiene empleo, mañana ya veremos.
Alguna vez oí que el hombre necesita
seguridades en su vida, puntales a los que agarrarse, pilares que le soporten.
Todos andamos huérfanos de certezas, buscando esos cuatro o cinco asideros que
nos garantizan una existencia tranquila. Por eso el movimiento obrero
reivindica el papel central del trabajo en la definición de las personas, o se
establecen criterios mínimos de salario, de estabilidad en el empleo o de
protección ante imprevistos de salud o de otro tipo.
Alejandro, Sonia, Blanca, y tantos otros
nombres que hoy podría poner sobre la mesa también buscan esas certidumbres
claras, esos lugares seguros a donde volver cuando fuera es noche cerrada. Para
ellos también existe esa necesidad humana de encontrar calor, de que no todo
sea vaivén, porque ellos también tienen un proyecto de persona, de pareja, de
familia. Sin embargo, ellos, y muchos más, han encontrado un cimiento más
hondo, una estructura más firme donde aguantar los pilares de sus certidumbres.
Han encontrado un modo distinto de apuntalar la vida, de encontrar seguridades.
Esos puntales están en el servicio, en la entrega, en vivir priorizando el ser al tener, en gozar de un
ahora sabroso que anticipa el mañana. Porque el mañana llega con brío solo si
el hoy es hermoso. Y casi siempre conviene escudriñar el horizonte para
entender que merece la pena poder caminar.
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