viernes, 11 de enero de 2013

Kilómetros a la espalda

Cada vez que tengo que cambiar el aceite al coche me acuerdo de mi abuelo Paco. Y encuentro un gusto especial, un tipo de satisfacción sencilla, al ver que el cuentakilómetros del seat Ibiza gira y gira, engrosando una cifra que cada vez está más lejos de aquellos 65.000 con los que lo compré. Mi abuelo, decía, se alegró cuando aprobé el carnet de conducir. Tenía yo los dieciocho, no recién cumplidos, en el verano de segundo de carrera. Cuando llegué a su casa en el pequeño Peugeot de mi padre (con mi padre de copiloto), después de haber estudiado la ruta por delante y por detrás, casi como si se tratase de una etapa del Paris-Dakar, mi abuelo me felicitó por la hazaña. La del examen y el carnet, y la de llegar desde mi casa a la suya, con más de once caladas en poco más de diez minutos de trayecto. Me felicitó y me soltó uno de esos consejos que, en su simplicidad, permanecen en la trastienda del corazón, cerca y útil, porque recurro a él y lo medito con cierta frecuencia. Me dijo: “Ahora, a echarse kilómetros a la espalda”.

En efecto, han pasado ya doce años de aquello, y mi mochila guarda bastantes kilómetros, que a veces me pesan y a veces no. Cambiar el aceite al coche supone que he superado otra pequeña posta, que los caminos andados ya no pueden desandarse, y me alegro internamente de que esos ya no me los quita nadie.

El día siete de enero celebramos con mi abuelo el 92 cumpleaños de su mujer. La familia en torno a la tarta de chocolate (a ella le gusta la crema, pero por prudencia médica mi padre prescindió del San Marcos), las velas y el canto. Al otro lado del Tablet, su hijo y sus nietos. Y en el corazón de todo, todos. En ese instante, volví a pensar en los kilómetros de mi coche, en el consejo de mi abuelo y en el momento denso que vivíamos, celebrando en fiesta otra posta que se supera. Celebrando juntos, cuatro generaciones, la felicidad de compartir camino, conscientes de que tenemos un tesoro en vasijas de barro, luminoso y frágil.

Citaba Amèlie  Poulain entre sus cosas favoritas quebrar el azúcar flambeado que adorna ciertos postres cremosos. A mí me gusta romper esa pátina dura de la realidad y enfangarme en la crema de su sustancia, saborear lo profundo de los momentos, en silencio y despacio. Porque cada día tiene su sentido último, y descubrirlo es hacerse cargo de lo que sucede.



Mi abuela ha cumplido 92 años. Esos y la alegría de cada tiempo, ni a ella ni a mí, nos los puede quitar nadie.


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