lunes, 27 de febrero de 2012

Becas flacas

Las declaraciones del ministro de cultura José Ignacio Wert me llenan de un temor especial. Hablar de becas, de prestaciones sociales o de ayudas para el cumplimiento de derechos básicos de los individuos es un ejercicio difícil de articular de manera cauta, porque siempre es más que probable que alguien interprete mal las palabras de uno o que simplemente encuentren un rechazo frontal porque no se encuadran en la línea de lo que se vive en la calle. La cuestión es la siguiente: Wert plantea asociar criterios de mérito a la obtención, disfrute y prórroga de las ayudas al estudio.

Si el ministro hubiera puesto en cuestión el sistema de concesión porque se presta a múltiples fraudes, a ocultar hacienda y propiedades para que los estudiantes puedan acceder a ayudas más que cuantiosas; si hubiera dicho que no es sostenible mantener una estructura universitaria donde un porcentaje muy significativo (casi un 90% según algunos) de las matrículas las paga el Estado para todos los alumnos (sí, para todos los alumnos); si lo que dijera fuese que hay que revisar los costes educativos para optimizar recursos… yo lo entendería. 
Es cierto que en España el sistema de becas se presta a múltiples corruptelas: todos hemos visto como compañeros universitarios derivaban sus asignaciones a fines no asociados a la educación, puesto que en realidad no necesitaban de ese dinero para estudiar.

Es verdad que el esfuerzo que deben hacer las familias para que sus hijos estudien está muy amortiguado por el Estado, en forma de bajas tasas de matrícula y un más que generoso mapa de titulaciones asociadas a múltiples campus universitarios en todo el territorio. Es fácil encontrar una facultad cerca de casa en un modelo generalista, muy vinculado al servicio público más que a la excelencia científica y académica.

Es completamente cierto que hay gastos del sistema educativo que deben ser revisados en profundidad, porque no se relacionan directamente con un mejor rendimiento: por ejemplo, la profusión de ordenadores en las aulas extremeñas no ha sido, al decir de los expertos, un acicate directamente proporcional contra el fracaso escolar. Antes bien, no pasa de ser un dispendio que a casi nadie agrada, salvo, claro está, a los proveedores de servicios informáticos.
 Pero el ministro no dijo nada de esto. Lo que dijo fue que hay que revisar los baremos de concesión y mantenimiento de becas, porque, a su juicio, no basta con que un estudiante apruebe el 80% de los créditos matriculados (el 60% en Ingenierías y Arquitecturas); hay que introducir criterios como la exigencia de nota. Wert habló concretamente de “notables”.

Esto me pone nervioso, porque denota que el ministro no entiende el concepto de derecho como yo lo entiendo. Está claro que hay que exigir el rendimiento en los estudiantes becados, claro está. Pero no podemos olvidar que la educación, también la universitaria, es un derecho de las personas. Un derecho no tiene porqué ser gratuito (por ejemplo, la justicia no lo es), pero sí tiene que estar disponible para todo el mundo, porque por eso es un derecho. De ahí que el objetivo de las becas sea  igualar a los individuos en la posición de salida para que todos puedan competir en libertad y equidad. Esta es una idea que la derecha neocon suele olvidar bastante: para exigir meritocracia hay que garantizar igualdad antes de iniciar la competición.

Por tanto, someter las becas (garantes de esa igualdad) al rendimiento notable o excelente del alumno es lo mismo que negar al fumador la asistencia sanitaria. O, en último extremo, la gratuidad del sistema educativo preuniversitario (y obligatorio) a los alumnos que no se esfuercen.
Por decirlo finamente, creo que el ministro entiende las becas más como premios que como derechos de las personas. Yo no creo que las oportunidades sean premios, y menos aún que la educación se pueda concebir como el azucarillo que se le da al caballo cuando se porta bien., porque es la oportunidad de oportunidades, como decía Rawls. Las becas son parte del sistema regulador de igualdades sociales, del propio concepto de redistribución de la riqueza que hace de nuestro país un Estado líder en cohesión social.

Hoy tengo miedo ante los retrocesos que se dibujan en un horizonte desde el que muchas veces mirar atrás, a las luchas de nuestros padres y abuelos por un mundo mejor, es un ejercicio de esperanza frustrada, porque parece que no valió para nada.

1 comentario:

  1. Al final nos contarán aquello de que un vendedor de periódicos... a céntimos.. puede llegar a ser presidente de EStados Unidos...igual que ellos han llegado a ministros.... claro, claro¡¡¡¡

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