domingo, 1 de diciembre de 2013

Un mundo para envejecer



Lo cotidiano es sorprendente y maravilloso. Me convenzo cada día de que degustar lo ordinario es una de las razones fundamentales de que la vida merezca la pena. Hace unos días estuvimos en una casa rural con nuestros amigos de siempre, esos que te acompañan desde que eras otro: niño, adolescente, joven, cada vez menos joven… Subí a la habitación para dormir a Pablo y allí, en la penumbra, con mi hijo relajado y ligero (parece mentira lo poco que pesa cuando sueña) decidí quedarme en la cama. Abajo, en el salón, los amigos jugaban y se divertían. Yo no los vi hasta el desayuno siguiente.

En la calma de estar tranquilos, en la confianza de quienes se conocen y tienen recorrido común, hemos fundamentado un modo de relación basada en algo que tiene que ver con la historia, con las opciones, con el conocernos y aceptarnos, integrados en una comunidad donde fluyen sentimientos antiguos. Es un espacio sencillo, compartimos risas y vida, haciéndonos cercanos y prójimos, conscientes de que amigos de siempre es un concepto difícil y escurridizo, pero valioso. Porque siempre es mucho tiempo.

Les recuerdo permanentemente en momentos cruciales de mi vida. No hacen mucho ruido, están siempre en un rincón modesto, familiar. Los veo acompañando respetuosamente los duelos, iluminando las alegrías y con el gesto serio y atento cuando hablamos del futuro. Cuando pienso en ellos recorro los recodos de la historia común, me cuesta no enumerar las veces en que las dificultades nos reúnen, las veces en que la celebración nos congrega. Me cuesta mucho no contar, por ejemplo, que estuvimos juntos cuando echaron a andar los proyectos de pareja que hoy son firmes soportes de la existencia de cada uno. No contar las aventuras abriéndonos paso en los trabajos, los estudios, las decisiones adultas. Me cuesta mucho no contar que no hay un solo quiebro en mi vida en el que me haya sentido solo, sin ellos.

Hoy acogen a Pablo con alegría, a pesar de que los ritmos de un niño difícilmente casan con los de jóvenes adultos. Cambiamos cines por cenas, calles por casas, copas por meriendas y noches por días. Cambian todo eso para que nosotros cambiemos pañales con ellos. Cambian sus hábitos con gozo porque no se imaginan una estación en el camino, sino que el tren reduce velocidad para que nadie se escape.
A Angelines y a mí muchas veces nos resulta difícil entender, en la brega diaria, el profundo vínculo que favorece, facilita y propicia esa cadencia de los días en los que estamos todos juntos, a pesar de inconvenientes e incomodidades. Opciones que superan la mera diversión y que en tantas ocasiones quedan ocultas.

Hoy les descubro como parte de mi mundo más íntimo, al que pertenezco. El mundo que quiero presentar a Pablo: emociones, sentimientos, afectos, encuentros y lazos. 
  
Y también les descubro como el mundo en el que quiero envejecer.

4 comentarios:

  1. Ojalá tuviéramos la misma capacidad que tú para expresar todo lo que nos dais a nosotros, los tres: Ange, Pablo y tú. Seguiremos a vuestro lado superando etapas y viviendo cada vez mejores momentos.

    Un abrazo fuerte de vuestros amigos.

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    1. El verdadero regalo, le decía ayer por sms a Carmen, es tener motivos para escribir un post como este. El verdadero regalo es no pensar en las palabras, sino descansar en lo que se descubre y se saborea.

      ¡Qué lujo contar con vosotros!

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  2. Qué bonito... Será porque es Navidad, pero me ha emocionado. ¡Enhorabuena por tu blog, me está encantando!

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