martes, 15 de mayo de 2012

La plaza


Está de moda eso de sentarse en las plazas a soñar un mundo diferente. Lo vemos en los periódicos todos los días, la gente lo comenta en la radio, incluso vemos imágenes en la televisión de jóvenes que se sientan y protestan de ese modo tan peculiar, tan nuevo y tan imaginativo de la resistencia pacífica. Se sientan y hablan, a veces cantan, a veces gritan… y no sé por qué me llega una ilusión esperanzada de que las cosas pueden ir a mejor. Pero sólo es una ilusión… estos chicos deberían organizarse de otro modo.

Nuestra sociedad tiene normativas y modos de funcionar que capacitan a cualquier ciudadano para presentar sus propuestas ante los foros adecuados. Todos podemos llegar a nuestros representantes, más ahora que se muestran accesibles a través del correo, y participarles de lo que queremos cambiar, de las cosas con las que no estamos de acuerdo; incluso podríamos hacerles ver perspectivas que ellos no tienen por su posición, lejana y quizá distante. Pero es necesaria organización…

Hoy estuve paseando entre ellos, con ese ambiente que se respira… la juventud destila fuerza y ganas, pero también relajación, permisividad, contraculturalidad… ¿es necesaria esa estética transgresora? ¿no hay entre ellos nadie “normal”? ¿por qué lo sucio, los pelos, las ropas, los humos…? Personalmente creo que podría firmar muchas de sus propuestas, pero no me siento integrado en su movimiento. Y creo que es excluyente, porque, por más que repiten sus himnos y sus propuestas, yo no veo más que una serie utópica de reivindicaciones que poco tienen de realistas. El mundo es como es ahora mismo ¡no queráis cambiarlo tan rápido!

Las alternativas de sociedad son necesarias, pero no concibo que de esos foros salgan verdaderas acciones transformadoras. ¿Cuánto durará este movimiento? ¿A dónde nos llevará? ¿Cómo explicitarán en políticas concretas esas peticiones tan fuera de la realidad? Dicen que quien no es revolucionario a los veinte, no tiene corazón; quien lo sigue siendo a los cuarenta, no tiene cabeza. Yo ya estoy más cerca de los cuarenta que de los veinte, pero me gustaría que algunas de las cosas que piden se hicieran realidad, si no para mí, sí para mis hijos. Pero no estoy para sentarme en las plazas y debatir, discutir, estudiar o alzar cantos.

Siempre hay quien dice que las cosas no cambiarán, que nada de estos movimientos pasa al futuro, que se quedan como fogonazos en la historia, como pasó en Francia en el 68. Posiblemente sea así de nuevo esta vez, y sus proclamas se queden en felices pensamientos de otro mundo posible. No obstante, no niego que me impresionan los jóvenes, que de alguna manera disculpo su aspecto estrafalario, las grandes incomodidades que causan a los comerciantes de la zona o los costes tan enormes que acarrean a la hacienda pública, porque movilizar tanta policía en estos tiempos seguro que vale un pico. Y me sorprende muchísimo… A mí me gustaría que mi hijo viviese en un mundo como el que ellos anuncian, donde los valores que defienden se hicieran realidad. Pero el mundo no es así, ni creo que lo sea nunca. Por eso, hoy día, la utopía se convierte en irresponsabilidad: ¿cómo que declararse insumiso? ¿cómo que renuncian a la violencia? Si mañana hay una guerra y no vamos nadie, ganarían los rusos.

Soñar un mundo como el que quieren estos jóvenes es bonito, pero irreal. Siempre ha habido “mili”, y eso será por algo, ¿no?

 Posible entrada del diario de un español a mediados de los ochenta, 
al digerir las escenas de la flor y el fusil 
y asistir atónito a las primeras insumisiones.


  
A raíz de la Guerra de Vietnam, en Estados Unidos tomó forma un movimiento social que pretendía un nuevo mundo pacificado, donde algunas de las reivindicaciones eran tan descabelladas como la abolición del servicio militar obligatorio. En España, bastantes años después, el movimiento pacifista cuajó y adoptó rostros transgresores y contraculturales: los insumisos. Muchos de ellos acabaron en la cárcel, y la sociedad española no estaba preparada para una alternativa tan humana y tan de derecho y recibo. Sin embargo, hoy mis padres y los padres de muchos treintañeros han visto cómo sus hijos estudiaron y trabajaron, prosperaron y no tuvieron que hacer el Servicio Militar Obligatorio gracias a la lucha cercana de unos cuantos hippies.

A todos los perroflautas que acampan, y a todos los que no lo hacen, ni parecen perroflautas.
A todos los que siguen creyendo que el mundo no está acabado y son capaces de ver el horizonte: Gracias. 

Porque el mañana está en vuestras cabezas y en vuestros corazones.

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