8:30 de
la mañana. Carretera de Olivenza, camino de la universidad. La radio suena. Como cada día, me acompaña durante los veinte minutos que paso en el coche. En
condiciones normales, las más de las veces ese trayecto lo hago con Angelines,
con la que comparto el pan todos los días y por eso es compañera. Pero la
baja por Pablo, maternidad increíble, me encadena a las palabras distantes de
emisoras unos días lúcidas, otros clamorosamente estúpidas. Esta semana se
mezclaron ambos adjetivos de un modo sorprendente.
Resulta
que habían salido los últimos datos del Instituto de Estadística sobre los
flujos migratorios en nuestro país. En tendencia contraria a la habitual de los
años recientes, España inclinaba la balanza de salidas/entradas a favor de las
primeras, de modo que, por arte de números, pasábamos de ser región receptora
de inmigrantes a lugar de éxodo de ciudadanos. Por primera vez en nosecuántos
años, los emigrantes españoles superaban a los que llegaban para quedarse, volvíamos
súbitamente a la España de nuestros abuelos.
Con
este motivo, la radio entrevistaba a un académico reputado, sociólogo o algo
así, que venía a decir más o menos lo que os cuento, con más datos y más
cifras, pero eso. Que hoy hay más gente que se marcha para no volver. Y con
pedantería, el tipo hablaba de una vuelta noventayochista
y machadiana a la emigración europea de los españoles. Porque no nos íbamos
de peones a reconstruir Alemania, sino más bien como ingenieros, arquitectos,
investigadores y profesionales altamente cualificados, dispuestos a ingresar,
porque así nos acogían, en los círculos de las elites intelectuales de Francia,
Gran Bretaña o Estados Unidos.
Machadiano
es, en verdad, el sentimiento de pérdida, de tristeza profunda, que envuelve
los ámbitos de trabajo en los que me muevo. La universidad recoge en su seno la
gran inversión del Estado, que inició un proceso que nacía del Derecho a la
Educación y ahora llegaba, en la formación de doctores, a un punto que tiene
mucho de sembrar futuro para todos. Hoy, los
investigadores que me cruzo por los pasillos y por los laboratorios ven cómo su
porvenir se labra con el aroma marchito de irse lejos, con un retorno más que
dudoso. A la fuerza ahorcan, o más noventayochista: Vencereis pero no convenceréis.
Machadiana
es la diáspora de profesionales cualificados que se nos vende como oportunidad
a los jóvenes, evidente generación perdida, haciendo de la necesidad virtud.
Viajar y vivir en el extranjero como genial experiencia de vida multicultural,
cosmopolita y excitante. Como si nosotros no quisiéramos repetir la historia de
nuestros padres, y contársela a nuestros hijos…
Pero no
todo está perdido. Porque machadiano es, aunque el sociólogo no lo nombre, mi
patio y mi huerto. El naranjo que da sombra delante de mi casa a una tierra
fértil , los limoneros que he plantado con Angelines, a la espera de que
florezcan al menos en la memoria de Pablo. Las cebollas y los ajos que ahora
esperan su turno, al término de los calores.
Machadiano también es el jazmín
que rebrota tras las heladas de invierno. Esas imágenes crecen en el único
imaginario que puedo traer y llevar en contraste con la tristeza de las oportunidades
perdidas, el esfuerzo estéril o la negrura del futuro.
Frente
al sombrío panorama, solo nos queda apostar por los cantares de lo cotidiano,
que engendran posibilidad y esperanzas.
Grandes verdades, dichas de hermosa manera.
ResponderEliminarCasi he adivinado la voz pedante del supongo tertuliano.
Que lacra son estas gentes.
Un saludo Jesús.