Hace
algunos años, Manos Unidas despertaba nuestras conciencias con una frase lapidaria
que ha quedado alojada en mi particular colección de aforismos útiles: Tu
indiferencia te hace cómplice. El mensaje, acusador, era un latigazo contra la
pasividad que está permitiendo el aumento de la injusticia, pobreza y exclusión.
No hacer nada es hacer algo, situarse, posicionarse y, de alguna manera,
favorecer la continuidad de un sistema cruel.
Pero no quiero hablar hoy de eso.
Es
fascinante descubrir los patrones de conducta que prevalecen en sociedades
avanzadas y modernas como la nuestra. Pensamos que somos flexibles, adaptables,
tolerantes con el otro distinto. Pensamos haber superado ampliamente las
morales de nuestros abuelos, férreas y encorsetadoras, que se definían tantas
veces contra el diferente, fuera éste extranjero, homosexual, negro, mujer o
ateo. Y lo hacían excluyendo, sojuzgando y apartando del espacio público, en un
ejercicio de marginación por ostracismo ante quien no es de los nuestros.
Hoy
hemos ganado mucho en formas, pero no tanto en fondos. Si miramos con algo de
constancia, vuelven a aparecer esas morales que viven en el silencio cómplice.
Ahora decimos no movernos para salir en la foto, antes no había fotos en las
que salir. Pero era lo mismo. Se acepta lo rodado por seguro, y todo lo que no
camina exactamente por los senderos sociales se cuestiona y se mira con recelo.
Y parece que tomar opciones siempre es elegir lo distinto, obviando que caminar es elegir,
aunque la elección sea la de costumbre. La moral.
Viví la
alerta y la advertencia, consejo desde el amor y el cariño, cuando decidí
emprender la aventura de dedicar tres años a la Juventud Estudiante Católica,
en Madrid, liberado para servir. Nos sugirieron más reflexión cuando optamos
por vivir en un pueblito. A muchos sorprendió mi disponibilidad para ir en
listas electorales por el Partido por Un Mundo más Justo. Todavía hoy llama la
atención, en ciertos foros, nuestra militancia en el movimiento de
Profesionales Cristianos.
Si
nuestras decisiones hubieran sido las establecidas en el trillado camino de lo
socialmente conocido y aceptado, sin duda ninguna habrían levantado muchas
menos objeciones. Porque parece que no existe responsabilidad ni miedo en
seguir lo establecido, como si dejarse llevar no implicase una opción vital.
Todo
construye persona, todo nos configura. Lo que hacemos, elegimos, para nosotros
o para los que nos rodean. Sean estas opciones las cotidianas y generales, o
singulares y diferentes, todo tiene su carga de responsabilidad e influencia. Y
somos lo que elegimos, lo hagamos conscientemente o llevados por la marea
callada de la costumbre. Porque hoy, como siempre, existen modos de vivir que
se reafirman hablando, compartiendo, dialogando y razonando. Atreviéndose a no
darse por contento con lo que ya se conoce. Y otras costumbres, hábitos, que
hunden sus razones últimas en el campo oscuro de lo de siempre. Muchas de estas
morales de silencio son las que siguen generando individuos pasivos,
dependientes, menores de edad.
Puede
que nadar a contracorriente sea lo único que ponga en evidencia el largo
alcance de lo establecido y seguro. Y puede que sea el momento de escribir y
proponer nuevas morales nada silenciosas, más bien serenas y dialógicas. Porque
hay circunstancias que exigen nuestra palabra.
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