sábado, 28 de abril de 2012

Defender la alegría


Siempre que leo el texto de Benedetti me envuelve el rumor sincero de que este hombre era un profeta. Los versos corren dibujando un lienzo increíble, audaz y bello, que llena los ojos de sueños compartidos y que me conecta con lo que muchos otros ya han pensado y vivido: que estamos llamados a ser constructores de anhelos y transmisores de esperanza.

Vivimos tiempos donde el terrorismo se experimenta en los pasillos, en las palabras y en las miradas que solo persiguen hacer caer los motivos por los que las personas se levantan cada día. El discurso cainita que desactiva la ilusión con la facilidad de quien no tiene nada que perder, porque su deseo es que los demás pierdan.

Ante lo fácil del desconsuelo, tengo la intuición de que lo verdaderamente humano es transmitir que todo puede ser, que en momentos de precariedad y de suelos inestables, y de tristezas y desconciertos, lo único que nos hace hombres y mujeres de bien es llevar y transmitir la alegría como principio, destino y bandera. La alegría de Benedetti, que se hace fuerte al luchar por lo viable, que acompaña y que se desenvuelve como derecho de las gentes. Quizá esta alegría no sea más que el puntal firme y decidido de que otro mundo es posible, porque lo posible es cierto.

Puede que la alegría sea más camino que meta, lo que hace  que merezca la pena la lucha y el desvelo tan solo por acariciar la utopía con las yemas de los dedos antes de que se esfume, como siempre, obligándonos a caminar detrás de ella.

domingo, 22 de abril de 2012

Conmemorar la vida

La cosa de la crisis, los recortes, el discurso de la austeridad y la contención del gasto…. toda esa cantinela machacona que cada día nos martillea desde mil medios a veces tiene quiebros sorprendentes. Hace un tiempo leía en el periódico local, el HOY, la noticia de que el Ayuntamiento ha encargado a un escultor pacense la construcción de un monolito (u obelisco, no tengo muy clara la diferencia) que nos recuerde y celebre la batalla de Badajoz en la Guerra de Independencia contra los franceses. En el diario el autor desglosa todos los porqués de la piedra: las cuatro caras como los cuatro ejércitos; el material empleado, que es autóctono, etc. Y esta decisión ha traído cola en los comentarios del personal, diciendo que no está el horno para bollos, y mucho menos para piedras celebrativas.

No sé si a raíz de esta última adquisición o por otros motivos, lo cierto es que el grupo de la oposición, el PSOE, ha requerido a la corporación municipal la elaboración de algo así como un proyecto de Badajoz Monumental, un programa que armonice las estatuas que adornan nuestra ciudad en recuerdo de acontecimientos y efemérides pasadas, que nos ayudan, dicen, a entender el presente y el cómo somos ahora.

Yo paseo en silencio desde el Parque de la Legión, el emplazamiento elegido para el monolito, un lugar que fue testigo de la cruenta toma militar a la que se vio sometida la plaza. Ahora los árboles transmiten una quietud que yo asocio con los ratos que pasaba junto a mi abuela cuando era niño, en el mismo parque, desde una perspectiva diferente. Un poco más arriba, en la misma calle, se erigen cuatro estatuas de Juan de Ávalos que conmemoran a los caídos en la batalla de la Guerra Civil, cuando las tropas franquistas entraron a sangre y fuego por la Puerta de Trinidad. Continúo caminando y me encuentro una moderna escultura metálica, delante del Palacio de Congresos, que recuerda a los represaliados en la posguerra. Es una estructura que proyecta forma de rosa todos los 14 de agosto.

En ese punto quiebro mi paseo y avanzo hacia un edificio en construcción. Se llama “Los naranjos”, y es un bloque de viviendas de lujo que crece con su esqueleto de cemento y ladrillo poco a poco. Las vicisitudes económicas han hecho de esta obra algo largo, que los pacenses podemos ver día tras día. El nombre le viene de lo que había antes en el mismo lugar: la clínica “Los Naranjos”. Antes de pasar a manos de una fundación privada, la clínica fue el centro sanitario de la Cruz Roja donde a muchos, incluidos mi hermano, mi mujer y yo, nos nacieron.

Me quedo mirando los pisos abiertos, porque todavía no tienen paredes, detrás de una valla publicitaria que adelanta un espectáculo prometedor de hogares felices. Y pienso si a nadie se le ha ocurrido levantar en ese sitio un verdadero memorial de la vida. Un monumento que celebre y recuerde a tantos y tantos niños que han abierto sus ojos por primera vez en aquella clínica que hoy se me aparece lejana, entre neblina del pasado. Una escultura, una inscripción, una placa, que conmemore que ése es sitio de vida, lugar de nacimiento, de esperanza en el futuro.

¿Por qué celebramos tanto la muerte, la ausencia y la tragedia? ¿No sería mucho mejor, más humano y más divino, asumir y celebrar la vida que se abre camino cada día, lo que de esperanza y alegría tiene el estar vivo? Quizá nos cuesta, como nos cuesta siempre, entender el milagro de lo habitual y alegrarnos en la certeza de que la vida triunfa, a pesar de todo.

Despedir el pesimismo también pasa por descubrir la necesidad de hacer visibles los gestos increíbles, que no por cotidianos dejan de ser milagrosos, bellos y extraordinarios.






lunes, 16 de abril de 2012

La dinámica de lo posible

Con esto de la Pascua vuelven a aflorarme algunas ideas que se hacen recurrentes en los últimos tiempos, quizá catapultadas por resortes escondidos que se accionan ante tantos estímulos negativos. Y es que vengo comprobando que el personal está desolado, más que nunca; los comentarios son siempre de resignación ante el oscuro panorama de recortes y economías que se hunden, de primas de riesgo (quizá el riesgo esté en hablar de cosas tan raras) y en los ataques de los mercados al estado financiero del país.

Nos dicen constantemente que no se puede hacer otra cosa. Los ajustes son dolorosos, pero necesarios. El paro imparable, y los números de las cuentas públicas son públicamente rojos. La insistencia de los líderes es inigualable: no cabe otra opción, es el sacrificio obligado de una sociedad que se pensó más de lo que era, y ahora tiene que pagar la diferencia. Una educación para todos, una sanidad universal, una prosperidad basada en el equilibrio entre clases, son engañosos espejismos en el horizonte que nunca llegarán por más que caminemos.
Que la coyuntura es mala es evidente y reluce en todas las conversaciones. Mi amigo Sergio ha estado cinco años en una empresa que cerró en diciembre. Ahora tiene un contrato indefinido (porque no sabe cuándo se acabará, puede ser en cualquier momento). Mi amigo Julio ha pasado por el periplo emprendedor y ha sentido en sus carnes los dobles raseros de las leyes financieras: el 30% de impuesto de sociedades sobre una iniciativa como la suya, que solo contaba con dos socios y un exangüe capital; mientras que grandes multinacionales disfrutan de las prebendas del 8 o 12% con este mismo concepto. Tuvo que cerrar, y a duras penas ha podido quedarse en Badajoz, renunciando al  exilio de nuevo en Madrid. Mi amigo Jesús acaba de terminar una ingeniería superior, como los dos anteriores, y ve pasar los meses sin que ni siquiera le llegue una oferta de trabajo. La cosa, verdaderamente, está mal.

Me rondan la cabeza palabras constantes de aliento y ánimo. Gestos cotidianos y habituales que dibujen otro escenario posible, otro modo concreto y cercano de vivir el día a día. Ha llegado el momento de hacer presente las alternativas como modos reales de vivir la esperanza. Corren tiempos que urgen a animar, relativizar, hacer vivible y perseguible los ideales que revaloricen la sociedad, es decir, que la vuelvan a llenar de valores. Hoy cabe reivindicar el espacio de lo posible, lo que puede desplazar a todo lo que se nos vende como monolíticamente establecido. 

Frente al desaliento de una situación injusta, no cabe más que denunciar la mentira. Por más que nos lo repitan, por más que parezca inevitable, yo quiero seguir diciendo que mi amigo Jesús no tendrá que irse a Alemania a trabajar; quiero convencer a Sergio de que se puede aspirar a un sueldo digno que le permita proyectar su vida más allá de los meses de contrato que firmó. Me gustaría tener los argumentos necesarios para defender delante de Julio que existen salidas para conciliar las dos vidas que vivimos, la laboral y la personal, porque para eso construimos un modelo de sociedad que debe ser capaz de valorar la felicidad y la realización de las personas. 

Y detecto el sentimiento de que contra el miedo solo cabe la esperanza. Esperanza crítica y fundada de que las cosas no tienen que ser como son, de que el escenario en el que bailamos puede cambiar de aspecto y ofrecérsenos para una danza más alegre que macabra.

Quizá sea un signo de los tiempos tener presente y hacer vivible el mensaje de que para Dios no hay nada imposible. Por eso creo que ante el temor de lo inseguro, inestable, deshumanizado y mezquino no podemos dejar de servir esperanza, una esperanza que se consolide en anhelo de posibilidad.

Todo esto es mi particular manifiesto por lo posible, por lo alternativo, por lo viable y por lo soñable. Porque ninguno de los que me dijeron que no se podía se atrevieron a demostrármelo.

domingo, 8 de abril de 2012

La Pascua a pesar de todo


En realidad no sé mucho de jardinería ni de horticultura. A pesar de eso, me atrevo a mantener un pequeño jardín y un minúsculo huerto, del que poco hablo con mis vecinos del pueblo porque las comparaciones, y más cuando uno pierde, son verdaderamente odiosas. No obstante, me gustan los refranes del campo, los que me indican cuándo plantar y cuándo (si hay suerte) cosechar. Así, sé que los ajos hay que plantarlos en diciembre, porque “el ajo de enero engorda el mortero, pero yo de diciembre lo quiero”. Y que hay que recogerlos por San Juan; las cebollas por San Antonio. Las coles de Bruselas, como no tienen patrón, este año han sido aprovechadas e inútiles, y todavía ando pensando si debo o no arrancarlas, porque están espigando y de coles, ni una.

En esto de los dichos hay uno que me llamó la atención cuando me lo contaron, todavía estando en Madrid en el Equipo Permanente de la JEC. El consiliario que teníamos entonces, Jordi Mas, quiso plantar en un macetero algunos bulbos: jacintos, narcisos, tulipanes, etc. Y él tenía la teoría de que había que enterrarlos en Adviento para verlos florecer en Pascua. Y yo, que muy a mi pesar siempre he hecho caso de los curas (no de todos, ¡gracias a Dios!) sigo plantando bulbos en Adviento con la esperanza de encontrar los colores de la primavera a la vuelta del Triduo.

Este año planté los bulbos debajo de la palmera que tenemos en el patio y tardaron muchísimo en asomar las puntas. Muchos de ellos se quedaron en el camino, y estarán a pocos centímetros de la superficie, asfixiado y extenuados por el esfuerzo de bregar en mala tierra o falta de agua. Cada uno tiene sus cualidades, y se conoce que las mías no incluyen preparar bien el sustrato a las plantitas.

El caso es que de los veinte que enterré, casi la mitad han aparecido tímidos a ras de suelo. Verdes y carnosos, los tallos se abren poco a poco para formar hojas, y a estas alturas todavía no han crecido más de un palmo. Sin embargo, la semana pasada me fijaba detenidamente en que en algunos de ellos empiezan a aparecer los capullos cerrados de mínimas flores, estando como están más cerca del suelo que del cielo. Me los quedé mirando fijamente, sorprendido de cómo la vida celebra, a pesar de la mala tierra, del escaso riego, de la sombra amenazante de la palmera y de la competencia extrema (planté muchos en poco espacio), la floración cuando toca florecer.

Hoy he vuelto de vivir la Pascua con la Juventud Estudiante Católica. He llegado en la madrugada del Domingo Santo, conduciendo de noche para dormir en casa, después de acompañarles y dejarme acompañar durante los tres días de fiesta grande. Han estado pensando, soñando y rezando sobre la alegría, pero de eso ya os hablaré en otro momento. Lo cierto es que, en la mañana luminosa de hoy, a los pies de la inmensa palmera, los colores se abren desafiantes y confiados.

Poco importa el recorrido o la altura alcanzada, poco importan las condiciones ni los tiempos, ni siquiera importan los jardineros inexpertos (o crueles, según se mire), que los bulbos florecen, pese a quien pese.

miércoles, 4 de abril de 2012

La responsabilidad de nuestro lugar en el mundo

El crisantemo y la espada es un libro clásico que indaga en la personalidad del japonés, en su idiosincrasia más profunda, en su modo de ver la vida, sus valores y motivaciones, sus afectos y las tensiones que le hacen funcionar en sociedad. Uno de estos pilares básicos de los nipones es la búsqueda constante y la reivindicación continua de un lugar en el mundo, de un puesto entre los poderosos desde el convencimiento de que Japón merece su sitio. La autora, Ruth Benedict, hizo este estudio por encargo de aquellos que no lograron comprender el sistema bélico japonés en la Segunda Guerra Mundial, e insinúa que esa permanente reafirmación nacional por su lugar en el mundo fue el germen de la intervención en el conflicto del país del Sol Naciente. Japón buscaba su sitio.


Esto viene porque hoy pensaba que todos buscamos nuestro sitio, también los países. Estos últimos días hemos visto cómo la Semana de Pasión se convertía en verdadera tras los anunciados y temidos recortes del Gobierno que nos gobierna. De todos ellos, me duelen especialmente los que afectan a la Cooperación para el Desarrollo. La horquilla de reducción presupuestaria alcanza, en el mejor de los casos, a poco más del 50%, mientras que si se suman todos los hachazos, también los relativos a financiación estatal de ONGDs, el presupuesto sufre una caída que supera el 70%. Esto supone la práctica retirada del actor Estado de la solidaridad internacional en la que España está involucrada.

Nuestro sitio en el mundo, el lugar de España, no solo viene determinado por sillas ocupadas en los foros del G20, sino sobre todo por la respuesta responsable a las políticas mundiales que llevamos a cabo. En este sentido, el recorte brutal que ha sufrido la cooperación española evidencia una más que notable falta de responsabilidad con las realidades de desarrollo, porque será el final de multitud de programas y proyectos que, hoy por hoy, hacen la vida vivible a miles de personas del Sur. Acabar con este modo de relación simplemente nos hace indignos de nuestra relevancia internacional.

Las cínicas declaraciones del ministro Margallo profundizan más si cabe en esta grotesca campaña y responden a la vieja táctica de presentar como no deseadas las medidas que se toman. En efecto, quizá sea peor recortar en pensiones; yo preferiría recortar en gasto militar (un ministerio que solo ha sufrido un 8% de reducción presupuestaria, frente al 21% de educación o el 13% de sanidad).

La participación de España en los programas de desarrollo internacional no es caridad ni beneficiencia ni filantropía. Es la respuesta del Gobierno a una voluntad compartida de toda la sociedad española, la de cooperar para reducir la brecha entre los que tienen y los que no. Una voluntad que se basa en el sentido de justicia y que no puede dejar de lado la historia de los pueblos. Los españoles apoyan la cooperación para el desarrollo porque es de sentido común y es nuestra responsabilidad en un mundo global. Hoy vuelvo a sentir la profunda desunión entre los que mandan y los que observamos y sufrimos sus políticas. Y vuelvo a hacer mío el grito del 15M, porque estas medidas no me representan.